TAROT Y ESOTERISMO EN PLENO SIGLO XXI

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En los bajos del edificio donde vivo, en pleno centro de Madrid, acaban de abrir una tienda de «Tarot y esoterismo». Está en un local que durante meses permaneció abandonado, como tantos otros de la zona, quizás como consecuencia de la crisis de los últimos años.

Durante semanas contemplé con interés todo el proceso de reforma, fantaseando con qué podrían abrir ahí: ¿una farmacia? ¿una panadería? ¿quizás una tienda de productos gourmet? Hace unos días vi a través del escaparate algunos objetos extraños en las estanterías de su interior, y mis dudas se acrecentaron aún más.

Esta mañana, cuando salía para ir a trabajar, he visto por fin saciada mi curiosidad: un flamante toldo de color naranja llevaba impresas las palabras «Tarot y esoterismo».

Y escribo este artículo porque llevo todo el día perplejo. Perplejo porque me cuesta imaginar qué tipo de productos o servicios venderán ahí dentro, perplejo porque no entiendo qué narices pinta una tienda de este tipo en una calle principal de una capital europea, perplejo porque si alguien se ha gastado unos cuantos miles de euros en alquilar el local y en emprender la reforma será porque habrá hecho cuentas y considerará que el negocio va a ser rentable, perplejo porque no concibo que en pleno siglo XXI pueda haber gente medianamente leída que necesite esos servicios… En fin, que estoy literalmente alucinando porque la más reciente tienda que han abierto en mi barrio sea de ¡ESOTERISMO!

Luego he caído en la depresión, claro. ¿Qué nos está pasando? ¿Hacia dónde vamos? ¿Somos cada vez más analfabetos? ¿Va este país hacia atrás? ¿Qué estamos haciendo mal?

A veces pienso que somos la repera, pero lo del esoterismo me ha hecho recordar varios hechos que no invitan precisamente al optimismo: los programas cutres y casposos que abundan en las televisiones, el progresivo deterioro de la prensa escrita, la baja calidad de nuestra clase política (aún sigo impactado por ese líder socialista que ha creado el neologismo «orticaria»), el atolondramiento general con el fútbol, las redes sociales, los móviles y el whatsApp… Y llego a la conclusión de que no tenemos salvación, de que esto no tiene marcha atrás, de que ya no hay quien pare este deterioro intelectual en el que estamos inmersos y de que, aunque este año no, algún día no muy lejano elegiremos a un Trump descerebrado para que nos gobierne, tanto en Estados Unidos como en España.

Ojalá me equivoque. Reconozco que mi única esperanza en este momento está precisamente en esa tienda que hay debajo de mi casa. Y es que deseo con todas mis fuerzas (que me perdone el empresario que se haya jugado su dinero) que el puesto de «Tarot y esoterismo» se vaya al garete en pocos días, que sea un negocio ruinoso. Sólo así podré recobrar el optimismo que esta fatídica mañana he perdido. 

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