El control de la pasta, clave en la salida de Iván Redondo

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Madrid es un hervidero de rumores. Nadie se explica cómo es posible que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se haya cepillado de la noche a la mañana a su guardia pretoriana: Carmen Calvo, José Luis Ábalos e Iván Redondo. Ningún jefe en su sano juicio se atreve a fulminar a su equipo de máxima confianza y a quedarse expuesto sin protección, y máxime cuando todavía quedan dos años y medio para las próximas elecciones generales.

Parece claro que lo de Calvo era inevitable. Se había convertido en un ‘pepito grillo’, y a Sánchez no le gusta que le lleven la contraria. Ella, al igual que el exministro de Justicia Juan Carlos Campo, tiene conocimientos jurídicos, y ambos habían expresado más de una vez sus dudas respecto a algunas iniciativas del Gobierno, como por ejemplo las leyes ‘trans’ y de libertad sexual, dos despropósitos de la factoría de Irene Montero difícilmente digeribles para cualquier licenciado en Derecho.

Por el contrario, lo de Ábalos y Redondo es menos entendible. ¿Se ha peleado Sánchez de repente con ellos? Evidentemente, no. ¿Los ha eliminado por estar quemados? Puede ser, pero por esa regla de tres también sobraban otros siete u ocho ministros, especialmente los de Podemos, cuya presencia en el Gabinete sigue siendo una infamia, pues ni tienen tareas concretas que hacer ni algunos de ellos reúnen el mínimo currículo para desempeñar tan alto cargo.

Bombas de relojería

Las verdaderas razones por las que Sánchez ha decidido prescindir de ese dúo dinámico sólo las sabe él, pero hay algo de lo que no se está hablando lo suficiente: el peligro potencial de mantener en sus cargos a Ábalos y Redondo.

Sánchez, que es el hombre mejor informado de España gracias a los partes diarios que le suministra el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), sabe perfectamente que los periodistas estamos mirando con lupa desde hace tiempo la gestión de esos dos personajes. Y que, por diferentes razones, ambos son dos bombas de relojería que conviene alejar del Gobierno para evitar que la onda expansiva se lleve por delante al presidente cuando se produzca la detonación.

Lo de Ábalos es bastante obvio. Fue protagonista indiscutible del ‘Delcygate’ y actor importante en el ‘affaire’ Plus Ultra, los dos principales escándalos de la era Sánchez. Además, y no menos relevante, su larga mano está detrás de los contratos sanitarios más suculentos otorgados a dedo por el Ejecutivo durante el estado de alarma, algunos de los cuales desprenden un insoportable olor a corrupción. Y si encima tenemos en cuenta acontecimientos tan chuscos como su famosa noche de juerga en un hotel de Canarias, pagando 1.800 euros con cuatro billetes de 500, está claro que cualquier día algún periodista hábil va a lograr lo inevitable: la pistola humeante de un político con muy pocos escrúpulos. Que vaya a dejar también su cargo en el PSOE lo dice todo de hasta qué punto está pringado hasta las cachas.

Por su parte, Redondo es más refinado que Ábalos, pero también consta que estaba bordeando ciertos límites en los últimos tiempos, de ahí su obsesión por crear una oficina en Moncloa para controlar él directamente la adjudicación de los fondos europeos de la covid (140.000 millones de euros). Las grandes empresas sabían desde hace meses que tenían que pasar primero por el despacho del jefe de Gabinete de Sánchez si querían aspirar a recibir una parte de ese maná. “La Moncloa abre su oficina del 3%”, llegué a titular algún artículo.

Guerra de consultoras

Además, detrás de la salida del jefe de Gabinete de Sánchez se esconde una pelea de altura en el mundo del ‘lobby’. Redondo trabajó durante años para la consultora Llorente y Cuenca (LLYC), que bajo su mandato en Moncloa ha ido colonizando de fieles todos los departamentos ministeriales. Y ahora, con la inminente llegada del dinero fresco de la Unión Europea, en la madrileña calle Lagasca, sede de LLYC, se frotaban las manos: habían creado un equipo especial para asesorar a empresas para beneficiarse de los fondos comunitarios y, con Redondo en el Gobierno manejando los hilos, el negocio estaba siendo un rotundo éxito. De hecho, LLYC está estos días en pleno proceso para ampliar su perímetro y cotizar en Bolsa.

Pepe Blanco, uno de los hombres más listos del zapaterismo, montó hace unos meses una consultora parecida (Acento) junto a viejos compañeros de partido como Antonio Hernando o Elena Valenciano. Poco a poco se han ido moviendo bien con el Gobierno, hasta el punto de que su mano ha estado detrás del polémico rescate a Duro Felguera… y se sospecha que también indirectamente del de Plus Ultra. Y ahora, con la llegada de los fondos europeos, en Acento confían en multiplicar su negocio gracias a las empresas que les están contratando con la intención de obtener una parte del pastel.

Con la salida de Redondo del Gobierno, LLYC pierde a su peón clave en esta pelea de consultoras. Pero lo que es todavía más importante es que su sustituto como jefe de Gabinete de Sánchez es Óscar López, hombre de la máxima confianza de Pepe Blanco. El golpe de mano ha sido total. Redondo deja de trapichear desde su despacho en Moncloa y el reparto del dinero será controlado al 100% por gente del PSOE. Todo queda en casa.

[Artículo publicado a las 02.38 horas del lunes 12 de julio de 2021]

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