Merkel debería leer a Krugman

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Políticos y economistas europeos llevan meses discutiendo acerca de cuál es la mejor forma para salir de la crisis: la austeridad o los incentivos. Sin embargo, en el resto del planeta hace tiempo que encontraron la solución a ese dilema, y quizás ahí esté la clave de por qué Europa no consigue levantar cabeza.

En este sentido, recomiendo vivamente el libro ¡Acabad ya con esta crisis!, escrito por Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, y publicado en España por la editorial Crítica.

Krugman analiza las causas de la crisis que azota el planeta desde 2007, disecciona las recetas aplicadas hasta ahora y trata de explicar por qué cinco años después no se ha podido corregir la situación. Finalmente, explica cuáles deberían ser las soluciones para volver a un crecimiento robusto de la economía.

Respecto a las causas de la crisis, Krugman lo tiene claro. El origen de los males que nos aquejan hay que buscarlo en los años 80, cuando en el mundo político-económico empezaron a imponerse las teorías que abogaban por una desregulación de los mercados financieros. Así, desde la época de Ronald Reagan se fueron desmantelando las normas instauradas tras la Gran Depresión posterior a 1929 y, paralelamente, se renunció a legislar para poner coto a prácticas especulativas cada vez más sofisticadas. Por tanto, se fueron poniendo las bases para que algo parecido a lo que sucedió en los años 30 del siglo pasado pudiera volver a repetirse.

Krugman también dedica buena parte de su libro a analizar la forma en que las diferentes potencias han reaccionado ante la crisis y por qué ninguna de las recetas aplicadas ha sido exitosa. El premio Nobel distingue dos etapas: una primera fase en la que se optó por la receta clásica de aplicar planes de estímulo y, tras su fracaso, una segunda en la que se cayó en la obsesión por la austeridad.

Según el análisis de Krugman, la primera reacción a la crisis (años 2008 y 2009), es decir, inyectar dinero a la economía para estimularla, iba en la buena dirección, pero se hizo de una manera timorata: las cantidades gastadas fueron insuficientes para revertir la situación. Así, al quedar las políticas de estímulo desacreditadas por los hechos, la élite político-económica mundial se echó en brazos de las recetas antagónicas: la austeridad como base para recuperar la confianza (2010-2012). Estas dos fases han tenido lugar en Estados Unidos, pero también en otros países, como por ejemplo España: el plan E puesto en marcha por Zapatero formó parte de esa primera fase, mientras que el giro que imprimió a sus últimos meses de Gobierno, junto a lo que sigue haciendo hoy Rajoy, forman parte de la segunda.

Sin embargo, la austeridad tampoco está dando resultado y las economías más desarrolladas se encuentran en una fase de aletargamiento de la que no parece fácil salir. Pero Krugman cree que sí se puede, y que es más sencillo de lo que parece. Y propone tres tipos de acciones: 1) abandonar la austeridad y apostar decididamente por políticas de estímulo, 2) que las autoridades monetarias hagan mucho más de lo que están haciendo (sobre todo comprando bonos y flexibilizando los objetivos de inflación) y 3) poner en marcha un plan de refinanciación de la deuda hipotecaria para aliviar la situación de las familias.

Según Krugman, se trata de volver a poner el acento en la creación de empleo y no en la reducción de la deuda porque, como ha quedado demostrado a lo largo del siglo XX, el gasto público suele incentivar el crecimiento (por ejemplo durante la Segunda Guerra Mundial), mientras que la austeridad suele contraer la economía, como ha señalado un reciente estudio del Fondo Monetario Internacional tomando como base 173 casos entre 1978 y 2009.

Resulta extraño que, cuando hay millones de personas sin empleo, la prioridad de los gobiernos, sobre todo los europeos, sea controlar algo tan etéreo como la prima de riesgo. Seguramente ha habido excesos en el pasado en los países periféricos de la Unión Europea y deberían corregirse, pero no está tan claro que sea ahora mismo, en medio de una crisis descomunal, el momento más oportuno para hacerlo.

Como se está viendo en países como España, aplicar una política de austeridad extrema ha supuesto volver a caer en la recesión. Y no parece casualidad. Si el sector público deja de invertir y, a la vez, lleva a cabo recortes draconianos, lo normal es que el paro siga creciendo porque a los despedidos del sector privado durante los últimos años se suman ahora los despedidos como consecuencia del ajuste en el sector público.
Y todo con el supuesto objetivo de recuperar la confianza de los mercados para que vuelvan a prestarnos dinero a unos tipos de interés más razonables. Como explica Krugman en su libro, en el caso de Estados Unidos es absurdo realizar ese análisis porque, aunque tienen una deuda elevada, el coste de su financiación no se ha incrementado durante los últimos años, es decir, no hay motivo real para preocuparse por ello y, por tanto, nada impide ser más generosos con el gasto.

El caso de España es algo más complicado y Krugman no acaba de resolverlo del todo. Y es que España, aunque no tiene un endeudamiento excesivamente elevado, sí está teniendo algunos problemas para financiar su deuda, la famosa prima de riesgo ha llegado a estar en niveles muy altos, y no está claro que ello pueda ser sostenible a medio y largo plazo.

No obstante, y como se está viendo desde el verano de 2012, la política monetaria ofrece mecanismos para controlar la prima de riesgo. De hecho, el propio Krugman aboga porque el Banco Central Europeo compre bonos de los países periféricos para aliviar la situación y lleve a cabo una política más expansiva, al tiempo que solicita a países como Alemania acciones decididas de estímulo para ayudar a sus vecinos del Sur. ¿Ha entendido Europa el mensaje del libro del premio Nobel? Mario Draghi, presidente del BCE, parece que sí, pero sobre Angela Merkel hay más dudas. Esperemos que alguien haga llegar pronto a la Cancillería una edición en alemán.

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