La culpa de la corrupción es de todos

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Mucho se está hablando estos días sobre la corrupción en España al calor de casos como el de Luis Bárcenas, extesorero del Partido Popular, o el de Iñaki Urdangarín, marido de la infanta Cristina. El malestar de la gente está creciendo por momentos, sobre todo porque las conductas abusivas de los poderosos indignan más cuando la mayor parte del país sufre apuros económicos, como pasa en la actualidad.

Esa indignación con las conductas inapropiadas, ilegales y abusivas de ciertos personajes famosos me parece lógica, pero no conviene olvidar algunas cuestiones:

1.- La corrupción, lamentablemente, está muy extendida en nuestro país, y no solo en la política. Tildar a los políticos de “sinvergüenzas” en una discusión de cafetería no deja de ser un acto muy hipócrita en un país donde la corrupción campa a sus anchas por todos lados: hay quien intenta no pagar a Hacienda lo que le toca, proliferan las facturas sin IVA, las bajas médicas amañadas, el empleo sumergido, las chapuzas vespertinas, los escaqueadores profesionales… Es loable indignarse con la corrupción y tener como objetivo su erradicación, pero quizás habría que preguntarse antes si nuestra conducta diaria es coherente con ese discurso. Porque, de no ser así, cabe inferir que haríamos lo mismo que Bárcenas o Urdangarín si tuviéramos la oportunidad. Y es que estos dos personajes no son tan diferentes a muchos de sus compatriotas. La picaresca hace siglos que está entre nosotros. La corrupción política no es más que el reflejo de lo que pasa en el conjunto de la sociedad, y todos somos culpables. Si no estamos dispuestos a censurar a un vecino cuando alardea de ver el fútbol gratis porque tiene pirateada la señal de Canal+, ¿estamos legitimados para criticar a un político por conductas igualmente reprobables aunque de mayor cuantía económica? ¿A partir de qué cantidad se empieza a ser corrupto? O empezamos a limpiar de basura nuestra sociedad, o seguiremos instalados en el estercolero durante mucho tiempo.

2.- En segundo lugar, deberíamos tener presente que, afortunadamente, en una democracia todos tenemos un arma muy poderosa: el voto. Con él podemos echar a los corruptos, al menos cada cuatro años. Así pues, espero que todos los que estos días se indignan mantengan la memoria cuando llegue el tiempo de las urnas, y que actúen en consecuencia. Lo que no vale es quejarse ahora y luego no pasar factura a los que han cometido o tolerado delitos que nos parecen censurables… y eso es precisamente lo que suele pasar en España. La corrupción sale gratis: y ahí están los ejemplos recientes del PP en la Comunidad Valenciana o del PSOE en Andalucía. Si no penalizamos en las elecciones a los delincuentes, seguirán haciendo de las suyas, se sentirán impunes.

Está muy bien criticar la corrupción, pero la limpieza del país empieza por uno mismo. Si no somos capaces de exigirnos una conducta intachable y de castigar con nuestro voto a los que actúan mal, de poco sirve gritar “sinvergüenza” cuando aparece el rostro de un político en la televisión.

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