DEBATES DE TERCERA

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Sé que las elecciones europeas del 25 de mayo tienen muy poco interés para la mayoría de la población, y en cierto modo lo puedo llegar a entender. En mi caso, por deformación profesional, he seguido con atención toda la campaña y, de manera especial, los debates que se han emitido por televisión.

Lamentablemente, el tema de los debates electorales sigue siendo una de las grandes asignaturas pendientes de la democracia española. La televisión pública ha emitido dos, uno con los líderes de los dos principales partidos y otro con seis representantes de las formaciones que actualmente tienen escaños en la Eurocámara. Y ambos han sido vergonzosos, más el primero que el segundo, pero ninguno de ellos roza el aprobado.

El problema fundamental es que esos debates son mangoneados por los políticos hasta decir basta. Lo pactan todo, desde los minutos de cada intervención hasta los temas que tratan. Y claro, luego pasa lo que pasa, que el debate se convierte en una sucesión de monólogos sin sentido. Cada uno trae preparada de casa su intervención en cada turno y, diga lo que diga el rival, mantienen su guión. La moderadora, en esta ocasión María Casado, se convierte en un mero guardia de tráfico que se encarga de avisar a los candidatos cuando han consumido su turno: tiene prohibido hacer preguntas.

¿Cómo se podrían mejorar? Para empezar, impidiendo que los partidos metan sus manos en la organización del debate, que debería ser diseñado por especialistas independientes pensando más en el interés del espectador que en el de los políticos. Hasta que los partidos no entiendan que no pueden pretender controlarlo todo cuando acuden a un medio de comunicación, no podremos ver debates verdaderamente espontáneos, vivos, apasionados… e interesantes para los telespectadores.

Un buen ejemplo de ello lo tuvimos el 15 de mayo durante la celebración en Bruselas, en la sede del Parlamento Europeo, del debate entre los cinco candidatos a presidir el Ejecutivo comunitario. Aquello sí que fue un debate. En un escenario imponente, el plenario de la Eurocámara, con un público entregado y con una moderadora que sí hacía preguntas. Además, cada candidato disponía de un minuto por intervención, pero también de varios comodines a su disposición para usar turnos extra cuando lo considerasen conveniente…

Bastaría con imitar ejemplos como ese para mejorar los debates en España, si bien hay algo que tiene más difícil solución: la calidad de los candidatos. En el debate europeo los cinco que hablaban eran ágiles, brillantes y demostraron de sobra conocer temas de interés europeo como la crisis de Ucrania, el papel del Banco Central Europeo o la próxima Comisión Europea. Sin embargo, en los dos debates españoles se ha visto un nivel muy pobre y las discusiones han girado más sobre temas nacionales. Una pena.

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